9 sept 2013

MARTÍN QUEBRADA Y LA OLLA DE ORO

Decían los antiguos que era malo adueñarse de los entierros sagrados de los Nasa: "Jamás debemos hacer como Martín Quebrada que por atrevido los espíritus lo castigaron con la muerte".

Martín Quebrada no era pobre, tenía buenos caballos, buenas reces y tierra abundante. Cuentan que un día andaba en su roza sembrando maíz con su cuñado Ramos Gugú y sus dos hijos cuando de pronto su macana de sembrar se hundió más de lo normal. Dejó marcado el sitio pero no le dijo nada a nadie; en primer lugar, porque no estaba muy seguro de haber encontrado una guaca, pues muchas veces éstas se confunden con simples nidos de hormigas; y en segundo lugar, no era bueno hablar de guaca delante de una persona tan ambiciosa como
Ramos. Tales fueron sus pensamientos.

En la tarde, tan pronto se despidió su cuñado, Martín Quebrada sin decirle nada a su mujer ni mucho menos a sus dos hijos, volvió a la roza y en el sitio donde él antes había señalado empezó a cavar.

Fue sacando poco a poco la tierra, hasta encontrar piedras de moler que tapaban la entrada a una cámara en forma horizontal donde halló una calavera y muchos huesos. Al lado de la calavera, halló una olla de barro con tres patas y adornada con figuras de animales.

Después que la sacó, y sin protección alguna, miró su contenido y vio que estaba llena de pepitas parecidas a las uvillas: era oro puro que los familiares del difunto hace mucho tiempo habían dejado al lado de su cabecera. Muy contento la llevó a su casa y la guardó en el cielorraso.

Esa noche, Martín no pudo dormir aquejado por una horrible pesadilla cuando apenas había empezado a cerrar los ojos. Soñó con un hombre negro y alto que lo quería ahorcar. Preso de pánico, pujó tanto que su mujer desesperada no tuvo más remedio que echarle agua fría en la cara.

Cuando despertó, le contó la terrible experiencia vivida; sin embargo, Martín desde esa noche no fue el mismo. A cada rato decía que veía al hombre negro y alto sentado al borde de su cama. Llamaba asustado a su mujer, pero ésta entraba y no observaba nada irregular.

Dominga, que así se llamaba su esposa, acudió a los vecinos más cercanos. Cuando lo vieron, se quedaron aterrados sin saber qué hacer, y como es costumbre en estos casos llamaron al mejor Thë wala, pues según decían: “A Martín, le han hecho un maleficio, hay que andarle rápido antes que lo maten”

El médico tradicional vino y tras soplarle hierbas calmantes, aseguró que no era ningún maleficio, que por el contrario, Martín había cometido una falta muy grave y por eso estaban enojadísimos los espíritus que resguardan la tierra, pero que las señas indicaban algo muy malo y lo mejor era andarle rápido.

Fue necesario llamar a otros dos médicos tradicionales a petición del primero. Se sentaron tres noches seguidas para coger las candelillas y así calmar a los espíritus que estaban volviendo loco a Martín.

La tercera noche fue decisiva para los médicos tradicionales pues los médicos tradicionales no cedían. Muy cansados los tres, se durmieron, y fue en ese momento cuando los espíritus que cuidan la tierra se volvieron más fuertes.

Eran como las tres de la mañana, cuando Martín rompió los lazos que lo ataban.

Salió corriendo porque el hombre negro y alto ya lo iba a agarrar. En la oscuridad y todavía loco no supo para donde coger. Al otro día lo encontraron desnucado en una peña feísima donde lo había llevado el hombre negro y alto.

Los médicos estaban muy tristes porque no habían podido hacer mayor cosa, es


 decir, lograr que los espíritus perdonaran a Martín, haciendo que éste reparara su error.

Mas la causa todavía permanecía en la casa. Efectivamente, en el cielorraso encontraron la olla, pero en vez de oro hallaron una culebra verde que estaba enroscada. Con hierbas frescas de páramo que sólo los médicos conocen, lograron aplacarla. Ahora faltaba llevarla de nuevo al mundo donde pertenecía.

Los médicos se pusieron de acuerdo porque las señas así lo indicaban, la olla debía ser tirada al río Páez para que nadie más tuviera el infortunio de hacer enojar a los espíritus.

Cuando llegaron al río, el médico mayor puso la olla sobre unas piedras y dijo: “Vuelve tranquila al mundo donde perteneces…” Al momento se un oyó trueno y la olla de barro se fue aguas arriba contra la corriente.

De ahí que los Thë walas, siempre recomiendan que por ningún motivo debemos hacer enojar a los guardianes de la tierra porque así lo han deseado nuestros mayores.


Leyenda Nasa recogida por el licenciado OMAR ANTONIO ROCHA PETE

11 mar 2012

El Juicio Final...


- Todo esto es un error,  un terrible y lamentable error - insistió vehemente el joven ante el anciano que tenía enfrente - Todos los cargos que ustedes me imputan no corresponden a la realidad.

- Usted fue un asesino, un torturador desalmado y están aquí todas las pruebas visuales de las matanzas que realizó durante su vida- dijo Gabriel, el anciano-  Ante estos hechos y después de un análisis profundo, la comisión decidió que su conciencia debe ser anulada para siempre del universo.

- Señor - insistió en tono muy bajo y lastimero una vez mas - yo fui en vida un famoso actor de cine y las imágenes a las que se refiere son episodios de las películas en donde actúe...generalmente era el malo, el personaje malvado de la trama.

- Lo  lamento pero aunque así haya sido es tremendamente peligroso y riesgoso contaminar la conciencia universal que estamos depurando con entidades que hayan albergado sentimientos tan negativos sin experimentar un arrepentimiento real y profundo de esas acciones.

- ¡Pero como me voy a arrepentir de lo que jamás hice! - gritó furioso, perdiendo esta vez la paciencia.
Ante un gesto, dos ángeles aparecieron de la nada y le tomaron suavemente de los brazos.

- Será llevado a un espacio temporal, un lugar donde no existe el tiempo y en donde asimilará el dolor de todo y de todos a quienes dañó durante su vida. Esto absorberá su energía negativa dispersa por el universo y luego de ello, su conciencia se anulará para siempre - Créame, en verdad lo sentimos mucho - concluyó en tono muy triste el anciano.

Cuando entre gritos y llanto el infortunado joven dejó el lugar, Gabriel estiro sus brazos en señal de cansancio, desordenó sus cabellos, los volvió a ordenar y se acomodó nuevamente en su lugar.
Retiró paciente la información del joven para borrarla definitivamente de las bases de datos e introdujo en la pantalla holográfica los datos de la siguiente persona en la sala de espera.

Una serie de imágenes se desplegaron a una velocidad infinita ante sus ojos. Episodios de infancia, juegos, cumpleaños, noviazgos...todo bien hasta la aparición de una serie de eventos violentos, llenos de sangre. Una proyección tras otra y entre ellas títulos y mas títulos: Los siete pecados capitales, Duro de matar, The Jackal, Armageddon, Sim City, Doce monos...

Gabriel dio un largo suspiro y volvió a mover su cabeza resignado

- ¡Que pase el siguiente! - exclamó.

6 feb 2012

Desierto


Debía faltar poco para amanecer, hacia mucho frío en aquel desierto que por vergüenza, no aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena, tirada boca arriba en la arena helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi sin lograrlo), de mover sus dedos entumidos para apartar el cabello que cubría sus ojos…quería poder ver las estrellas que se desvanecían, el cielo completo, quería ver a Dios completo.

“¿Donde estás?”

Pensaba…

No podía hablar, tenia la garganta hinchada por haber llorado sin gritos.

“¿Me vas a dejar morir aquí? … Quiero ver a mis hijos otra vez…

Esto es un castigo?”...

El grupo de personas con el que salió de la frontera, se había desbaratado con la persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados de rostros similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que lograban alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse a salvo.

Ahí estaba, inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya habían pasado muchas horas y no escuchaba ni un solo ruido, trató de incorporarse, y al apoyar su mano sobre la arena tocó otra mano fría, inmóvil, tiesa…era la del muchacho de catorce años que había viajado desde el Ecuador para ver a su mamá, el quería llegar hasta Canadá.

Lo reconoció cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar aquel desierto que siempre estaba triste…

Elena se arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del muchacho, le arrancó el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le cerró los ojos.

“En los primeros catorce años de vida, la palabra que mas se pronuncia es: “Mamá” debe ser horrible no estar ahí para escucharla”.

Era parte de aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas al cielo abierto....

“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por fronteras?”

Susurraba Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban el pecho como pequeños cuchillos.

“¿Como se sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo demonios se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada día?” ¡Contéstame! ...

El desierto conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la cara de Elena, quería consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones- reclamos. Cuantos cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos guardaba en su vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos de pretender comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con conciencia que querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban sepultados muchos últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los dejaba asomarse convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los arbustos enanos.

“Por lo menos dame un poco de agua”

Gritaba Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos para hacerle sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a dejar que brotara un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y lavarse la cara, para retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes, suficiente para ponerse de pie y buscar un punto que le indicara una dirección a seguir.

Un destello llamó su atención a una distancia que calculó, podía llegar antes de que el sol quemara más, dio una ultima mirada al dolor de una mamá con hijo muerto, y comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el desierto.

“¿Y aquellos cuentos de que abriste el mar rojo, de que libraste de la esclavitud a un pueblo, de que los alimentaste en el desierto?”

Elena pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,

“A Abraham le diste descendencia tanta como las estrellas del cielo, a mi por lo menos déjame ver a mis hijos otra vez… ya se que dicen que no soy una santa, pero sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”

De pronto, el desierto la sacó de su particular oración hundiendo uno de sus pies, al tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un trailer de compañía cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó la fuerza que da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una loca carrera agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera mirarla, el hombre del trailer la divisó al pie de la autopista y comenzó a disminuir la velocidad, hasta parar frente a ella.

Una nube de polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso despedirse, la abrazó en medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y los anhelos que se habían quedado a vivir con él.

“¡Gracias, es usted un ángel !”

Pudo decir Elena.

“Y usted es un milagro, pocos sobreviven en este desierto”

Le contestó el ángel blanco, en inglés.


Yolanda Chávez

La Historia del Fuego



En un lugar llamado Awia, actualmente Santa Rita en el Vichada, Cuwai (un héroe mitológico) solía calentarse en su hamaca cerca del fuego.

En aquel entonces la gente no conocía el fuego y por eso asoleaban el pescado y la carne que iban a comer; pero la gente se cansó de esto. Sin embargo Cuwai continuaba calentándose, aunque la gente no sabía que era el fuego.

Un día, por fin, el perico cachete amarillo (Pionopsitta barrandi) preguntó a su abuelo Cuwai:

- Abuelo, ¿qué es lo que tienes debajo de tu hamaca?

Cuwai le contestó: Nieto, es fuego.

-¿Para qué sirve el fuego? Insistió el perico.

-Sirve para asar pescado- contestó el viejo

Pero Cuwai mezquinaba el fuego. Entonces el perico pensó: "mi abuelo mezquina el fuego, pero yo se lo voy a quitar". Y así lo hizo. Cuando el perico huyó con el fuego, Cuwai le siguió por detrás para matarlo, pero el perico se metió en un árbol ahuecado. Cuwai tumbó el árbol en el cual se había metido el perico y cuando éste cayó al suelo, Cuwai empezó a abrirle huecos, y es por eso que el árbol "cabo de hacha" tiene la superficie del tronco ondulada. 

Sin embargo, el perico salió huyendo por el extremo de una rama ahuecada y a su paso regaba partículas de carbón encendidas, y es por esto que el perico tiene el doblez del ala de color rojo encendido. Después de todo esto y una vez a salvo, el perico enseñó a la gente cómo utilizar el fuego.

25 ene 2012

Silencio (Fábula)


Las crestas montañosas duermen; los valles, los riscos 
y las grutas están en silencio.
(Alcmán)


Escúchame -dijo el Demonio, apoyando la mano en mi cabeza-. La región de que hablo es una lúgubre región en Libia, a orillas del río Zaire. Y allá no hay ni calma ni silencio.

Las aguas del río están teñidas de un matiz azafranado y enfermizo, y no fluyen hacia el mar, sino que palpitan por siempre bajo el ojo purpúreo del sol, con un movimiento tumultuoso y convulsivo. A lo largo de muchas millas, a ambos lados del legamoso lecho del río, se tiende un pálido desierto de gigantescos nenúfares. Suspiran entre sí en esa soledad y tienden hacia el cielo sus largos y pálidos cuellos, mientras inclinan a un lado y otro sus cabezas sempiternas. Y un rumor indistinto se levanta de ellos, como el correr del agua subterránea. Y suspiran entre sí.

Pero su reino tiene un límite, el límite de la oscura, horrible, majestuosa floresta. Allí, como las olas en las Hébridas, la maleza se agita continuamente. Pero ningún viento surca el cielo. Y los altos árboles primitivos oscilan eternamente de un lado a otro con un potente resonar. Y de sus altas copas se filtran, gota a gota, rocíos eternos. Y en sus raíces se retuercen, en un inquieto sueño, extrañas flores venenosas. Y en lo alto, con un agudo sonido susurrante, las nubes grises corren por siempre hacia el oeste, hasta rodar en cataratas sobre las ígneas paredes del horizonte. Pero ningún viento surca el cielo. Y en las orillas del río Zaire no hay ni calma ni silencio.

Era de noche y llovía, y al caer era lluvia, pero después de caída era sangre. Y yo estaba en la marisma entre los altos nenúfares, y la lluvia caía en mi cabeza, y los nenúfares suspiraban entre sí en la solemnidad de su desolación.

Y de improviso levantóse la luna a través de la fina niebla espectral y su color era carmesí. Y mis ojos se posaron en una enorme roca gris que se alzaba a la orilla del río, iluminada por la luz de la luna. Y la roca era gris, y espectral, y alta; y la roca era gris. En su faz había caracteres grabados en la piedra, y yo anduve por la marisma de nenúfares hasta acercarme a la orilla, para leer los caracteres en la piedra. Pero no pude descifrarlos. Y me volvía a la marisma cuando la luna brilló con un rojo más intenso, y al volverme y mirar otra vez hacia la roca y los caracteres vi que los caracteres decían DESOLACIÓN.

Y miré hacia arriba y en lo alto de la roca había un hombre, y me oculté entre los nenúfares para observar lo que hacía aquel hombre. Y el hombre era alto y majestuoso y estaba cubierto desde los hombros a los pies con la toga de la antigua Roma. Y su silueta era indistinta, pero sus facciones eran las facciones de una deidad, porque el palio de la noche, y la luna, y la niebla, y el rocío, habían dejado al descubierto las facciones de su cara. Y su frente era alta y pensativa, y sus ojos brillaban de preocupación; y en las escasas arrugas de sus mejillas leí las fábulas de la tristeza, del cansancio, del disgusto de la humanidad, y el anhelo de estar solo.

Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí. Y yo me mantuve al abrigo de los nenúfares, observando las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca.

Y el hombre distrajo su atención del cielo y miró hacia el melancólico río Zaire y las amarillas, siniestras aguas y las pálidas legiones de nenúfares. Y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares y el murmullo que nacía de ellos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces me sumí en las profundidades de la marisma, vadeando a través de la soledad de los nenúfares, y llamé a los hipopótamos que moran entre los pantanos en las profundidades de la marisma. Y los hipopótamos oyeron mi llamada y vinieron con los behemot al pie de la roca y rugieron sonora y terriblemente bajo la luna. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado en la roca.

Entonces maldije los elementos con la maldición del tumulto, y una espantosa tempestad se congregó en el cielo, donde antes no había viento. Y el cielo se tornó lívido con la violencia de la tempestad, y la lluvia azotó la cabeza del hombre, y las aguas del río se desbordaron, y el río atormentado se cubría de espuma, y los nenúfares alzaban clamores, y la floresta se desmoronaba ante el viento, y rodaba el trueno, y caía el rayo, y la roca vacilaba en sus cimientos. Y yo me mantenía oculto y observaba las acciones de aquel hombre. Y el hombre tembló en la soledad; pero la noche transcurría y él continuaba sentado.

Entonces me encolericé y maldije, con la maldición del silencio, el río y los nenúfares y el viento y la floresta y el cielo y el trueno y los suspiros de los nenúfares. Y quedaron malditos y se callaron. Y la luna cesó de trepar hacia el cielo, y el trueno murió, y el rayo no tuvo ya luz, y las nubes se suspendieron inmóviles, y las aguas bajaron a su nivel y se estacionaron, y los árboles dejaron de balancearse, y los nenúfares ya no suspiraron y no se oyó más el murmullo que nacía de ellos, ni la menor sombra de sonido en todo el vasto desierto ilimitado. Y miré los caracteres de la roca, y habían cambiado; y los caracteres decían: SILENCIO.

Y mis ojos cayeron sobre el rostro de aquel hombre, y su rostro estaba pálido. Y bruscamente alzó la cabeza, que apoyaba en la mano y, poniéndose de pie en la roca, escuchó. Pero no se oía ninguna voz en todo el vasto desierto ilimitado, y los caracteres sobre la roca decían: SILENCIO. Y el hombre se estremeció y, desviando el rostro, huyó a toda carrera, al punto que cesé de verlo.

Pues bien, hay muy hermosos relatos en los libros de los Magos, en los melancólicos libros de los Magos, encuadernados en hierro. Allí, digo, hay admirables historias del cielo y de la tierra, y del potente mar, y de los Genios que gobiernan el mar, y la tierra, y el majestuoso cielo. También había mucho saber en las palabras que pronunciaban las Sibilas, y santas, santas cosas fueron oídas antaño por las sombrías hojas que temblaban en torno a Dodona. Pero, tan cierto como que Alá vive, digo que la fábula que me contó el Demonio, que se sentaba a mi lado a la sombra de la tumba, es la más asombrosa de todas. Y cuando el Demonio concluyó su historia, se dejó caer, en la cavidad de la tumba y rió. Y yo no pude reírme con él, y me maldijo porque no reía. Y el lince que eternamente mora en la tumba salió de ella y se tendió a los pies del Demonio, y lo miró fijamente a la cara.

Edgar Alla Poe

La Mariposa y El Niño




Mariposa,
Vagarosa
Rica en tinte y en donaire
¿qué haces tú de rosa en rosa? 
¿de qué vives en el aire?

Yo, de flores
Y de olores,
Y de espumas de la fuente,
Y del sol resplandeciente
Que me viste de colores

¿Me regalas
tus dos alas?
¡son tan lindas! ¡te las pido!
deja que orne mi vestido
con la pompa de tus galas

Tú, niñito
tan bonito,
tú que tienes tanto traje,
¿Por qué quieres un ropaje
que me ha dado Dios bendito?

¿De qué alitas
necesitas
si no vuelas cual yo vuelo?
¿qué me resta bajo el cielo
si mi todo me lo quitas?

Días sin cuento
De contento
El Señor a ti me envía;
Mas mi vida es un solo día,
No me lo hagas de tormento

¿te divierte
dar la muerte
a una pobre mariposa?
¡ay¡ quizás sobre una rosa
Me hallarás muy pronto inerte.

Oyó el niño
Con cariño
Esta queja de amargura,
Y una gota de miel pura
Le ofreció con dulce guiño

Ella, ansiosa,
Vuela y posa
En su palma sonrosada,
Y allí mismo, ya saciada,
Y de gozo temblorosa,
Expiró la mariposa

 Rafael Pombo
Colombia

La Gran Estrella




Hace mucho tiempo nacieron muchos puntitos con luces llamados estrellas. La más pequeña llamada Sol estaba muy triste porque todas se metían con ella por ser la más pequeña.

Pero la Luna, la más sabia, le dijo:

- Aunque seas la más pequeña tu luz es la más grande, y si consigues ser más madura brillaras aún más.

Y la estrella le hizo caso y desde aquel momento se fue haciendo más grande e iluminando más.


Desde aquello todas se dieron cuenta que lo más pequeño puede ser lo más grande.