Decían los antiguos que era malo adueñarse de los entierros sagrados de los Nasa: "Jamás debemos hacer como Martín Quebrada que por atrevido los espíritus lo castigaron con la muerte".

Ramos. Tales fueron sus pensamientos.
En la tarde, tan pronto se despidió su cuñado, Martín Quebrada sin decirle nada a su mujer ni mucho menos a sus dos hijos, volvió a la roza y en el sitio donde él antes había señalado empezó a cavar.
Fue sacando poco a poco la tierra, hasta encontrar piedras de moler que tapaban la entrada a una cámara en forma horizontal donde halló una calavera y muchos huesos. Al lado de la calavera, halló una olla de barro con tres patas y adornada con figuras de animales.
Después que la sacó, y sin protección alguna, miró su contenido y vio que estaba llena de pepitas parecidas a las uvillas: era oro puro que los familiares del difunto hace mucho tiempo habían dejado al lado de su cabecera. Muy contento la llevó a su casa y la guardó en el cielorraso.
Esa noche, Martín no pudo dormir aquejado por una horrible pesadilla cuando apenas había empezado a cerrar los ojos. Soñó con un hombre negro y alto que lo quería ahorcar. Preso de pánico, pujó tanto que su mujer desesperada no tuvo más remedio que echarle agua fría en la cara.
Cuando despertó, le contó la terrible experiencia vivida; sin embargo, Martín desde esa noche no fue el mismo. A cada rato decía que veía al hombre negro y alto sentado al borde de su cama. Llamaba asustado a su mujer, pero ésta entraba y no observaba nada irregular.

El médico tradicional vino y tras soplarle hierbas calmantes, aseguró que no era ningún maleficio, que por el contrario, Martín había cometido una falta muy grave y por eso estaban enojadísimos los espíritus que resguardan la tierra, pero que las señas indicaban algo muy malo y lo mejor era andarle rápido.
Fue necesario llamar a otros dos médicos tradicionales a petición del primero. Se sentaron tres noches seguidas para coger las candelillas y así calmar a los espíritus que estaban volviendo loco a Martín.

Eran como las tres de la mañana, cuando Martín rompió los lazos que lo ataban.
Salió corriendo porque el hombre negro y alto ya lo iba a agarrar. En la oscuridad y todavía loco no supo para donde coger. Al otro día lo encontraron desnucado en una peña feísima donde lo había llevado el hombre negro y alto.
Los médicos estaban muy tristes porque no habían podido hacer mayor cosa, es
decir, lograr que los espíritus perdonaran a Martín, haciendo que éste reparara su error.
Mas la causa todavía permanecía en la casa. Efectivamente, en el cielorraso encontraron la olla, pero en vez de oro hallaron una culebra verde que estaba enroscada. Con hierbas frescas de páramo que sólo los médicos conocen, lograron aplacarla. Ahora faltaba llevarla de nuevo al mundo donde pertenecía.
Los médicos se pusieron de acuerdo porque las señas así lo indicaban, la olla debía ser tirada al río Páez para que nadie más tuviera el infortunio de hacer enojar a los espíritus.
Cuando llegaron al río, el médico mayor puso la olla sobre unas piedras y dijo: “Vuelve tranquila al mundo donde perteneces…” Al momento se un oyó trueno y la olla de barro se fue aguas arriba contra la corriente.
De ahí que los Thë walas, siempre recomiendan que por ningún motivo debemos hacer enojar a los guardianes de la tierra porque así lo han deseado nuestros mayores.
Leyenda Nasa recogida por el licenciado OMAR ANTONIO ROCHA PETE
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